jueves, 16 de abril de 2009

La Fuente

El haber vuelto a vivir en mi ciudad natal es en parte motivo de alegría y en otras ocasiones veo que no todo es tan estupendo. En la parte positiva, recuperación de antiguas amistades, y el saber que al fin y al cabo es mi ciudad favorita de España, entre otras cosas. En la parte negativa, ver que está en algunos aspectos peor que cuando la dejé: hay exceso de suciedad, de turismo cutre y una progresiva despersonalización que no sé muy bien en que acabará. Bueno, más o menos lo sé, pero prefiero no pensarlo.
Pero aún así, en Barcelona me llevo sorpresas de vez en cuando que me hacen ilusión, y recuperan en una pequeña parte mi orgullo barcelonés. Por ejemplo, el ir por la calle y que aparezca un desfile de "gegants", es algo que en un momento dado puede hacer gracia a alguien que ha estado viviendo en la tierra de las clones de Isabel Tocino. Y me refiero a Madrid, donde la idea de festividad o espectáculo popular o castizo va demasiado a menudo ligado a lo peor, en todos los sentidos.

Y otra de las alegrías nostálgicas que he tenido hace poco es comprobar que uno de mis colmados favoritos de toda la vida, la mantequería LaFuente, sigue activa y funcionando en su sede de la calle Ferran, con su precioso escaparate repleto de conservas y botellas cuidadosamente expuestas y con sus carteles escritos a mano. Los carteles han cambiado ligeramente, pero siguen teniendo sus cositas interesantes y sus ofertas. Sigue manteniendo el mismo encanto de antes. Recomendable por su sección de licores, conservas y embutidos que ofrece algo más allá de lo habitual. Recuerdo que gracias a esa tienda hace más de quince años descubrí las galletas shortbread Walkers (que siguen siendo mis galletas de mantequilla preferidas) y los fideos ramen instantáneos, la primera comida iofilizada que comí en mi vida (marca Kung-fu, sabor gamba). Por cierto, pensar en esos carteles me hace recordar que en todas las tiendas del mismo estilo tenían un estilo y tipografía idénticos. Es como el tema de las pinturas de los bares (algo que tampoco se ve ya mucho), en el que la similitud entre las pinturas del pulpo, del bocata de tortilla o del chorizo de cantimpalo de uno u otro local, me hacía imaginarme un señor especializado totalmente en eso, recorriendo los bares españoles y decorándolos con esas simpáticas pinturas.

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